EL DÍA DEL LIBRO

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No son pocas las personas que identifican el mes de abril con alguna festividad tradicional (Semana Santa, Feria de Sevilla, alguna romería…). Por mi parte, no puedo dejar de asociar el mes de las «aguas mil» a la celebración del Día del Libro.
Como otras muchas celebraciones actuales, tiene un origen relativamente reciente, y podemos encontrarlo en esta España nuestra, allá por los años 20 del siglo pasado cuando en Barcelona se instaura esta conmemoración en el día 7 de octubre, supuesto día de nacimiento de Miguel de Cervantes. En 1926, el propio rey Alfonso XIII decretó la celebración de la Fiesta del Libro Español en dicha fecha. En 1930 se modificó la misma para hacerla coincidir con el aniversario de la defunción del propio Cervantes y la de otra ilustre figura de la literatura mundial: William Shakespeare. Aparentemente, ambos fallecieron el mismo día del año 1616, el 23 de abril. De modo, que se fue celebrando en dicha fecha el Día del Libro, hasta que a finales del siglo XX la UNESCO adoptó ese mismo día para le celebración a nivel mundial, pese a que en algunos países aún mantienen esta conmemoración en otra hoja del calendario.
Realmente, si se pretende rendir homenaje a estos literatos -como a otros tantos menos famosos e incluso anónimos-, lo mejor que se puede hacer es llevar a cabo el hoy aletargado ejercicio de la lectura. Si se encamina este «sano vicio» hacia la biografía de ambos autores, no podrá menos que sorprenderse el lector al descubrir que ni uno ni otro fallecieron tal día 23.
Por un lado, Cervantes falleció un viernes 22 de abril, siendo enterrado, eso sí, al día siguiente día 23. En cuanto al dramaturgo inglés, la confusión en la fecha de su óbito se origina en el cambio del calendario juliano al gregoriano. Este último, instaurado en 1582 durante el papado de Gregorio XIII, adelantó 10 días todas las fechas para enmendar los errores del calendario hasta entonces vigente. Como quiera que en Inglaterra siempre han sido muy suyos, no se decidieron a aplicar este cambio hasta casi dos siglos más tarde. Es decir, que la muerte de Shakespeare, acaecida el 23 de abril según el calendario juliano, tuvo lugar realmente el 3 de mayo.
Tómense estas acotaciones no como crítica a la celebración en sí, ni a su ubicación en el almanaque, pues a mi modesto parecer es una de las conmemoraciones más acertadas de cuantas existen. Son, en cierto modo, un claro ejemplo de las muchas curiosidades que se pueden encontrar encerradas en los libros.
Igualmente curiosa es la información que hallé en la red acerca del número total de obras que se encuentran impresas en todo el mundo, que Google cifra en más de 129 millones -no puedo imaginar cómo habrán obtenido ese número. Pero, si aún aproximadamente, damos por buena esa cantidad, resulta imposible abarcar tal cantidad de obras literarias en una sola vida, por mucho que gran parte de ellas tengan una mínima o nula repercusión.
Entonces, ¿qué merece la pena leer? Difícil respuesta tiene pregunta tan sencilla. Existe un libro titulado «1001 libros que hay que leer antes de morir», e incluso habrá multitud de listados sobre las obras literarias imprescindibles. A mí, sinceramente, nunca me ha gustado exigirme leer tal o cual libro porque alguien lo considere necesario. Siempre me ha gustado encontrarme con los escritores como quien se encuentra casualmente con un amigo. En cierto modo, un libro siempre acaba encontrando a su lector.
En definitiva, si quien lee este humilde artículo es amante de la literatura, en cualquiera de sus géneros, no dude que buscar un libro el próximo día 23 puede ser el inicio de una nueva relación con algún autor hasta ese momento desconocido, o el reencuentro con otro olvidado, o quién sabe qué.
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