La crisis, cualquiera que sea su manifestación, agudiza más las múltiples formas de discriminación, especialmente entre hombres y mujeres. Mujeres que, a pesar de los obstáculos de un mercado laboral cada vez menos justo e igualitario, están decididas a formar parte del mundo del trabajo y no rendirse.
Desde el comienzo de la crisis son las mujeres las que se están llevando la peor parte. El desempleo femenino está creciendo de manera imparable, mientras las condiciones laborales de las que sí tienen un puesto de trabajo se están precarizando cada vez más.
En España, la Reforma Laboral está desprotegiendo aún más a las que ya de por sí partían de posiciones más desfavorecidas. Además las políticas de recortes no son neutras en términos de género. Esto está estrechamente ligado con el hecho de quelas mujeres siguen asumiendo, prácticamente en exclusiva, el trabajo doméstico y loscuidados a familiares, por supuesto de manera no remunerada. Esta situación conllevará una serie de consecuencias que repercutirá en su acceso al empleo y el tiempo que puedan dedicar a lo personal y al ocio; todo esto bajo la premisa de que este trabajo realizado no es socialmente visible ni valorado.
Esta situación se agrava, porque, a pesar de tener más oportunidades laborales y conseguir mejores puestos, la condición de la mujer aún continúa limitada bajo la existencia de ciertos parámetros como el llamado “techo de cristal”, una barrera invisible y difícil de traspasar, que describe un momento concreto en la carrera profesional de una mujer, en la que, en lugar de crecer por su cualificación y experiencia, se estanca.
Los directivos, en su mayoría hombres, impiden que las mujeres asciendan hasta cierto nivel y la propia empresa no les ofrece mayores responsabilidades con el pretexto de que son más “emocionales, tienen hijos, anteponen la familia, el matrimonio o el hogar al trabajo…”, una excusa muy manida para el 2014.
No estamos ante un obstáculo legal, nos encontramos con prejuicios extendidos, con los límites que se autoimponen las propias mujeres para crecer política, social o empresarialmente.
A lo largo de la historia, las mujeres han carecido de referentes. La maternidad y la vida familiar, unidos a una mayor autocrítica o una forma diferente de entender el liderazgo y la ambición profesional, han hecho que se justifique por algunas mujeres esta situación y que puedan sentirse culpables al descuidar determinadas áreas, que para el hombre no suponen ningún problema, como que sus hijos se puedan sentir abandonados, por ejemplo.
Esto tiene que ver con la educación sexista, la organización del tiempo en las empresas (sin tener en cuenta la conciliación) o la forma en que, históricamente, se establecen las jerarquías en las corporaciones.
Para vencer este techo, muchas mujeres tienen como única opción adaptarse a estructuras laborales, horarios y dinámicas masculinas.
Si permitimos que la crisis económica ocasione un retroceso en términos de igualdad de género, corremos el riesgo de provocar una crisis ideológica en el seno de la sociedad. La igualdad entre hombres y mujeres no puede ser un lujo que se aborde sólo en tiempos de crecimiento económico; es una obligación legal y moral. Es crucial que la igualdad de género sea un principio rector básico, ahora y en el futuro, para evitar un retroceso en los logros obtenidos en las últimas décadas por las mujeres.
Es necesario hacer una inversión en infraestructura social, particularmente en educación, salud, cuidado de menores y personas dependientes, además, el compromiso con una división más equitativa de las responsabilidades familiares y las labores domésticas entre hombres y mujeres para ayudar a la mujer con su doble carga de trabajo y familia.