En aquella antigua cafetería aún conservaban una sinfonola, también era conocida como gramola o rockola, era una máquina parcialmente automatizada que reproducía música, funcionaba introduciendo monedas y permitía seleccionar los temas a través de una botonera que mediante una combinación facultaba indicar la canción elegida entre una lista de discos. Media un metro y medio de altura aproximadamente, en la parte superior y costados verticales su iluminación en color la hacía bastante visible.
Contenía discos de vinilo de la década de los 70 y 80 curiosamente estaba adaptada para que con una moneda de cincuenta céntimos de euro funcionase y podías elegir escuchar dos temas. Parecía que el tiempo se hubiese detenido en ese café, la decoración era la típica de aquellos mágicos años de mi juventud, por lo que me sentí transportado a un pasado ya lejano.
Solo el alumbrado con luces de led destacaba de sobremanera en un voladizo sobre la barra del bar el cual servía para colocar botellas de bebidas que hacía mucho tiempo habían desaparecido del consumo habitual. Recuerdo que había bastantes botellas de Cynar bebida de alcachofas, me llamaron poderosamente la atención pues era una bebida que solía beber en mi juventud.
Pregunté si aún funcionaba y me indicó el barman que si, dispuse de cambiar varias monedas de euro para introducir en la máquina las que requería, pedí un café, y con la taza en la mano me acerqué a la máquina introduje una moneda y seleccioné “Soledad” de Emilio José, y “Corazón destrozado” de Bonnie Tyler.
Cerré mis ojos y los recuerdos me transportaron a mi adolescencia. Soledad, fue una canción que escuchaba una y otra vez al salir de clase en una máquina de este tipo que había en un bar en el interior de un parque de mi localidad. La primera canción bien podría ser Soledad, Ana, Marisierri o cualquier nombre de aquellas chicas que en mis primeros años de juventud bebía los vientos por ellas. La desgarradora voz de Bonnie Tyler en su tema “corazón destrozado” evocaba en mi la frustración de aquellos primeros amores que solo eran el paso a la pubertad.
“Esa niña que me mira” de Los Puntos, “Help ayúdame” de Toni Ronald, fueron los siguientes temas que opté, cada tema un recuerdo, cada recuerdo un pasado, cada pasado un paso hacia lo que hoy era o me había convertido. Rock, pop, flamenco, canción protesta. Derroché hasta diez euros, escuchando viejos temas que sonaban aún en esa antiquísima máquina como si fuera ayer. Me atreví a tomar una copa de “Cynar” y viví un sueño, había retrocedido en el tiempo, solo faltaban los amigos que solían acompañarme cuando salíamos en nuestras correrías de juventud. Y eché de menos a quien el zarpazo de la muerte nos había arrebatado cuando aún no había cumplido su mayoría de edad. Eché de menos aquellos que por designios del destino nos había separado de inseparables, pero seguíamos en un trato cordial, caí en la cuenta de que muchos se habían quedado en el camino de nuestra amistad y otros muchos eran los que ahora llamaba amigos, cambiamos, de compañeros de viaje pero no olvidamos jamás que estamos donde estamos porque hemos estado acompañados, nunca estamos solos y quizás esta sea la condición del ser humano.
Evoqué aquella época, aquellos años de adolescente, no recuerdo que fuese alocado ni especialmente díscolo, es posible que mis complejos frustraran muchos de mis sueños, pero sin duda mis remembranzas de hoy sobre aquella época me transfieren equilibrio entre pesadumbre y gozo de una etapa que marcaría para siempre mi forma de entender la vida. Sin duda podría ser diferente pero cada uno de los períodos que vivimos de una u otra forma dejan una huella en nosotros que al final es el resultado de lo que somos, cierto es que intervienen otros muchos factores pero no calan en nuestra esencia de generosidad o atalamiento hacia los demás.
Terminé mi copa miré la hora en mi móvil, había cinco llamadas perdidas, seguramente por ser números que no tenía grabados serían clientes, eran las nueve y veinte de la noche habían pasado más de tres horas desde que entré en ese túnel del tiempo. Devolvería mañana las llamadas, me resistía volver a mi realidad, pero se me hacía tarde para llegar a casa, pagué mi copa y me dispuse a salir y desperté. -Maldita sea desperté-, solo había sido un sueño, pero tenía la esperanza de que podía entrar en el cuándo quisiera solo tenía que evocar el bar, la sinfonola y dejarme llevar, todo lo demás fluiría estaba grabado en el disco duro de mi celebro, recuerdos de un pasado, me levanté y tararee: “déjame, déjame soñar, déjame tengo que llegar, no quiero quedarme atrás, los sueños son míos déjame soñar”.