BULLING:¿ MIRAMOS O ACTUAMOS?

Redaccion

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Cada día con más frecuencia los Medios de Comunicación se ocupan tanto de la brutalidad como de las acciones violentas protagonizadas por escolares.  

Sin embargo, el objetivo de los reportajes no suele ser el análisis contrastado del problema en cuestión, sino causar impacto y ocuparse de los casos más llamativos, como puede ser el suicidio de un/a escolar o  la grabación de una escena totalmente escandalosa…

Pero esos mismos medios han causado muy pronto graves consecuencias en el análisis pedagógico y sociológico del tema de la violencia escolar.

Como condición característica de la especie, la relación entre los humanos suele desarrollarse en un ambiente de poder. La o las personas que lo tienen suelen ejercerlo para beneficio colectivo y, por ende, son distinguidos entre su grupo social. 

Además existe el poder ejercido con abuso, situación que suele ser frecuente, intencional y  dirigido hacia uno o varios individuos, lo que provoca una convivencia desequilibrada e injusta.

En la infancia y en la adolescencia, por incomprensible que parezca, las relaciones de ejercicio de poder también existen. El abuso de los niños y adolescentes sobre sus iguales se convierte en una convivencia en la que un menor ejerce cualquier forma de maltrato (físico, psicológico e incluso sexual) sobre otro/a.

Esta manifestación de acoso  y violencia entre iguales en el ambiente escolar se ha denominado”bullying”, palabra que deriva del inglés “bully” y significa “violento, matón” si lo usamos como sustantivo; mientras que como verbo significa” maltratar o amedrentar”.

Esta conducta reiterada en el ejercicio desequilibrado y malintencionado del poder que caracteriza al acoso escolar nos lleva a identificar algunos factores necesarios para su desarrollo:

Por una parte, el acosador que ejerce la violencia sobre un igual. Durante el proceso suele involucrar a otros que participan de forma activa o pasiva en la conducta.

Por otra, la víctima, que es un individuo de la misma comunidad, quien por diferentes condiciones suele mostrar inferioridad física, psicológica o social. Contar con un estigma físico, baja autoestima o la incapacidad de adaptación al contexto, suelen ser algunas condiciones que hacen débil y susceptible al individuo de  padecer acoso.

A estos dos factores hay que añadir un tercero, los espectadores, que se acaban acostumbrando a tolerar malos tratos y no hacer nada ante el sufrimiento y la injusticia y, además,  acabarán valorando la agresividad y la violencia como forma de éxito social.

Las características individuales definirán la susceptibilidad de ejercer o sufrir violencia. El nivel de adaptabilidad que cada menor tiene, determina la capacidad de análisis, interpretación y respuesta que tendrá ante la adversidad.

Las señales de alarma que muestran los menores que sufren acoso son determinantes a la hora de reaccionar e intentar poner solución a este grave problema. 

Entre ellas nos encontramos con cambios de actitud: inventan mil excusas para no ir al centro escolar, tienen poca relación con sus compañeros/as, se quejan de recibir insultos, burlas, robo de material escolar y una larga lista de señales de alarma que debemos tener en cuenta, tanto familia  y escuela en particular, como la sociedad en general. No debemos permanecer impasibles ante esta violencia  y mirar para otro lado.

Por otra parte, la persona que acosa también muestra señales inequívocas de su agresividad con sus iguales y con su familia. Todo esto se muestra con la falta de respeto hacia la comunidad educativa, el material escolar, etc. En algunas ocasiones este tipo de señales son síntomas de que este menor ha sufrido malos tratos y  enmascaran la propia frustración del acosador/a.

Aunque las investigaciones serias nunca han presentado el fenómeno de la violencia escolar como algo generalizado, lo cierto es que hoy sabemos que la convivencia en los Centro Educativos está afectada por problemas sociales que van desde conflictos que no se resuelven adecuadamente desde el diálogo, hasta verdaderas conductas de acoso y maltrato interpersonal que adquieren el peor de los matices. 

Este es el caso de la exclusión social, el hostigamiento, la intimidación y, en general, el abuso de poder de unos escolares hacia otros. Estos problemas han existido siempre pero ahora, afortunadamente, contamos con instrumentos para detectarlos y conocimientos para prevenirlos y paliarlos.

Hay muchas conductas agresivas que no son en sí mismas fenómenos bullying, ni todas las conductas que pueden describirse bajo esta denominación son de la misma gravedad e importancia en cuanto a los daños que producen.

Por esto, la solución del problema de la violencia, del acoso escolar y del falso liderazgo de los violentos en la sociedad, no está en aplicar medidas represivas, sino en conseguir que lleguen a usar el cerebro humano. 

Ya lo decía el gran Antonio Machado:“De diez cabezas, nueve embisten y una piensa”. Lo malo es que los que embisten lo graban con el teléfono móvil para dar gloria y difusión a sus embestidas.  

Es necesario educar para conseguir que esta situación desaparezca del entorno escolar. La solución es enseñarles a relacionarse de forma asertiva, es decir, con eficacia y justicia en el campo de lo afectivo, lo emocional y lo cognitivo. 

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