CO2: EL MAYOR ESCÁNDALO CIENTÍFICO DE NUESTRO TIEMPO

Autor: Francisco García Montoya

(El autor es agricultor, licenciado en Ciencias Geológicas por la Universidad de Granada, doctorado en Botánica por la Universidad de Córdoba y Catedrático numerario de Bachillerato jubilado).

 

Este es el título de un artículo de Zbigniew Jaworowski (1927-2011), físico polaco y alpinista, que me envía mi gran amigo Antonio Pulido y me da pie para escribir algunas líneas sobre la historia detrás del falso paradigma del calentamiento global causado por el hombre, o como dicen ahora los voceros globalistas, del cambio climático debido al hombre, porque las oligarquías globalistas ya tienen claro que el periodo de calentamiento global que tan bien les ha venido para imponer todo tipo de restricciones y leyes liberticidas suicidas parece que está llegando a su fin. Creo que conviene saber la historia que hay detrás de la gran mentira del milenio que nos ha llevado entre otras desgracias a lo que está sucediendo en la comarca de Cabra, en Lopera, en Lucena, en Antequera y en otros muchos lugares de fértiles suelos en Andalucía y en el resto España.

Cuando comencé mis estudios universitarios en 1970 los científicos estaban preocupados porque desde el fin de la Segunda Guerra Mundial había un enfriamiento global y se pensaba que nos dirigíamos hacia una nueva época glacial. Existía pesimismo porque para todos era evidente que una época de enfriamiento era para la Humanidad muchísimo peor que una de calentamiento global, los periodos de calentamiento global siempre han sido benéficos para el hombre y en general para la biosfera. En esa década un meteorólogo sueco llamado Bert Bolin (1925-2007) sugirió tímidamente que se podría frenar el enfriamiento global si se emitía a la atmósfera suficiente cantidad de CO2 ya que este gas era de efecto invernadero. Pero admitió que habría que emitir cantidades astronómicas y él mismo admitió que su propuesta era totalmente inviable, el resto de los climatólogos lo tomaron como un mal chiste científico más que como una propuesta sensata.

A finales de los 70 en pleno temor por una posible edad glacial ocurrieron dos cosas importantes: la temperatura atmosférica comenzó a subir y los mineros del carbón del Reino Unido se pusieron en huelga paralizando el país. A Margaret Tacher, por entonces primer ministro del Reino Unido, le vino bien politizar el asunto del clima. Ella estaba a favor de la energía nuclear y no se fiaba de los sindicatos ni del carbón como fuente de energía (que emite gran cantidad de CO2 a la atmósfera) para su país. Cuando empezó a aumentar la temperatura de la atmósfera alguien propuso, recordando a Bert Bolin y en principio sin mucho éxito, que se podía deber a las emisiones de CO2 de las centrales de carbón y de la industria en general, sin embargo, Margaret Tacher pensó que podía utilizar el asunto para apoyar su política a favor de la energía nuclear ganando el pulso a los sindicatos mineros.

Digamos que un día se presentó en la Royal Society de Londres con un maletín repleto de dinero y les dijo a los científicos que había fondos casi ilimitados para aquellos que demostraran que el calentamiento global (CG) causado por el hombre era un hecho y que el CO2 era el principal responsable. Lo que hizo fue comprar la dignidad de los investigadores y la gran mayoría de ellos se vendieron a don dinero.

En la década siguiente, en los 80, se creó el llamado Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), cuyo primer director no fue otro que el mencionado Bert Bolin, que recibió muchísimo dinero de los gobiernos. A partir de este momento no se consideró ni se subvencionó ninguna investigación anterior o futura opuesta al paradigma del CG causado por el hombre.

A todo esto, se sumaron los movimientos de izquierda radical que estaban en contra de la industrialización y del deterioro del medio ambiente. Como la producción de CO2 estaba ligada al desarrollo y los movimientos medio ambientales se oponían al crecimiento económico se apuntaron al carro del CG producido por el hombre como palanca para luchar contra la industrialización y en general contra el crecimiento económico. Se podía usar el CG debido al incremento del CO2 por la actividad humana a favor de los anticoches, anticrecimiento económico, antidesarrollo y sobre todo anti USA. Patrick Moore, cofundador de Greenpeace, comenta que el activismo de izquierda extremista medio ambiental aumentó en los años 80 porque con la caída del muro de Berlín muchos activistas políticos de izquierdas se pasaron a los movimientos medio ambientales y usaron un lenguaje marxista que tenía más que ver con el anticapitalismo y la antiglobalización que con el ecologismo. Paradójicamente, se unió la derecha de Margaret Tacher con la extrema izquierda marxista y anticapitalista.

El resultado de todo este proceso fue que a principios de los 90 el CG de origen humano ya no era una teoría sobre el clima propuesta por un científico excéntrico, sino una campaña política en toda regla y que terminó haciéndose global. Se destinaron ingentes cantidades de fondos a los estudios climáticos siempre que su objetivo fuese demostrar y  apoyar el paradigma del CG de origen antrópico y el papel central del CO2.

A partir de este punto me pierdo en la historia reciente, ¿Cómo fue que el asunto llegó a caer en las manos de los poderes globalistas?, los que han conseguido imponer la Agenda 2030 al principio tan etérea y distante, pero que tanto daño nos está haciendo ahora a los agricultores españoles y se está materializando en Lopera, en la comarca de Cabra y en otras muchas más de toda España. ¿Cómo es posible que la Agenda 2030 que no ha sido votada por nadie, que no es vinculante, haya sido considerada como “el evangelio” por la inmensa mayoría de los políticos? ¿Cómo es posible que sin ser vinculante se asuman sus protocolos como si lo fuesen y sin mirar el daño causado a los ciudadanos y a los países? Los políticos locales se sacuden la responsabilidad y dicen “es que viene de arriba” y que ellos son inocentes; los de arriba, los de la Junta de Andalucía nos dicen que es una política impuesta por la utilidad pública y que viene de más arriba; el gobierno central nos dice que es una política que viene de arriba, de la Unión Europea, y esta última invoca la maldita Agenda 2030. No sé si mariano Rajoy cuando firmó en la ONU la adhesión no vinculante de España a la Agenda 2030 se podía imaginar lo que eso iba a suponer para nuestro país. En mi opinión todo buen político antes de firmar cualquier protocolo, legislar una nueva ley o derogar una ley antigua debería hacerlo con mucha prudencia y aplicar el principio de la Valla de Chesterton.

¿Cómo es posible que hayamos llegado a esta situación a lomos de un falso paradigma, de la mentira del milenio? Lo que Jaworowski llama

“El mayor escándalo científico de nuestro tiempo”

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